lunes, 28 de noviembre de 2016

RECORRIENDO LAS CUESTAS DEL RAGUDO - CASTELLÓN

Siempre que viajo a Valencia, al llegar a la altura de lo que antes eran las Cuestas del Ragudo, suelo comentar y recordar cómo era ese recorrido antes, y si no lo comento lo pienso. La verdad es que para mí ese trayecto, ya desde bien pequeña tiene, o mejor dicho tenía algo especial. Recuerdo la primera vez que mi padre me llevó por esa zona, debería de tener yo unos 6 años, y los tres nos fuimos a hacer un viaje hacia Zaragoza, Bilbao, San Sebastián, Asturias y Galicia, con nuestro nuevo Seat 600.

 Mi padre decidió salir de noche, ya que para él, no era ningún problema conducir en la oscuridad, había sido camionero, y estaba acostumbrado, pero para mí era la primera vez que iba a hacer un viaje tan largo, y además de noche. Recuerdo que me pasé todo el tiempo apoyada entre los dos asientos delanteros, mirando hacia delante y observando las luces que nos venían de frente, y recuerdo perfectamente las cuestas del Ragudo, y también cuando paramos en el bar de Barracas a comernos un bocata que mi madre había preparado. Eso ya se convirtió en una tradición, ya que dicho bar estaba abierto las 24 horas. 

Cuestas del Ragudo

Pues esta vez, cuando íbamos por la A-23 "la Autovía Mudejar", ya de regreso hacia La Rioja, en el último momento, y sin haberlo planeado, mi marido se dirigió hacia la que supuso era la salida que nos llevaría a las Cuestas del Ragudo, a la vez que me decía "vamos a ver si nos encontramos con la rubia"



Allá por los años 70 había un leyenda, que contaba que una rubia solía hacer auto stop al final de una recta, y que cuando era cogida por algún conductor, se sentaba muy seria a su lado, éste cuando ya cogía confianza con ella, continuaba su descenso, por lo que poco a poco la velocidad del vehículo iba aumentando, y de repente, en el  tramo final de la carretera, en donde había una curva muy peligrosa y  pronunciada a la izquierda, la chica, apretando su bolso contra sus pecho gritaba ¡cuidado, no corras! en esta curva perdí la vida. 

Lógicamente el conductor asustado reducía la velocidad, para no salirse de la carretera, y una vez había pasado la curva, se giraba, y entonces descubría que no había nadie en el asiento de al lado.

Yo la he escuchado muchas veces, pero la verdad es que de todas las que por allí he pasado jamás nos hemos encontrado con ella, y tampoco conozco a nadie que la haya visto, pero lo cierto es, que fue un tema de conversación durante un buen tiempo. Pero por lo visto, esta leyenda también desapareció cuando se hizo el nuevo trazado de la carretera general que eliminó el paso por las Masias del Ragudo, que son las que le daban nombre a este puerto. 



Cuando vi que mi marido se desviaba, no me hizo mucha gracia, ya que pensé, que después de tanto tiempo sin circular por allí, la carretera estaría en muy mal estado, y además se veían las ruinas de lo que supuse fueron las masías, y para mis adentros me dije "jolines, dónde nos metemos".  Pero no, estaba equivocada, como podéis ver está en muy buen estado, y cómo no va nadie por ella,  (tan solo nos encontramos a un grupo de ciclistas) se me hizo muy corto el trayecto, sus curvas ya no me parecieron tan peligrosas, nada que ver con el tráfico que antes tenía. Esta carretera era muy concurrida, ya que unía la Comunidad Autónoma de Aragón con la de Valencia, y siempre había muchos camiones y muchos atascos. 

Una curiosidad de este puerto, en el que ahora se ha instalado un parque eólico, es la de que una vez has llegado a su cima, ya no hay bajada, todo es llano. 


Y como vimos que la carretera estaba en tan buen estado, decidimos continuar por ella y pasar de meternos en la aburrida autovía, y recorriendo todos los pueblos por los que antaño pasábamos, llegamos a Teruel, y desde allí, por la N-234 nos dirigimos a Calatayud 

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